El defecto de profesión es lo que tiene… Entras en cualquier sitio y, como si tuvieras rayos X en los ojos, lo escaneas todo de arriba abajo.
Para un interiorista exigente ningún espacio es perfecto, aunque hay que reconocer que existen lugares muy especiales que casi rozan la perfección.
Y es que, de repente, no sabemos por qué unos espacios nos cautivan más que otros. Y yo, que soy de la magia y de las pasiones, procuro que el flechazo siempre me asista, sobre todo cuando voy a comer a un restaurante.
La experiencia gastronómica se me hace muy fundamental, pues no en vano comemos, como mínimo, de dos a tres veces al día. Qué menos que proporcionarle al hábito lo que se merece: excelentes manjares, atención y servicio y un interiorismo extraordinario.
Cuando entro por la puerta de un restaurante lo que quiero es trasladarme a un mundo de ensueño donde vivir un acontecimiento mágico e irrepetible. Quiero estar en un lugar en el que los camareros me traten con muchísima amabilidad y donde los platos lleguen a su debido tiempo, con la cantidad justa de comida y la calidad inigualable. Quiero deleitarme cada vez que tomo un bocado de mi plato o un sorbo de mi copa. Enamorarme de la belleza del lugar, vivir una historia fuera de lo común; una historia recreada por el entorno, por el servicio, por la comida. Esa debería ser la verdadera experiencia gastronómica.
De tipos de restaurantes hay muchos y claro está que no podemos generalizar en cuanto a estilos y gustos. Sin embargo, existen factores comunes que deberían facilitar la satisfacción de los clientes en cualquiera de los casos. Sea un restaurante de comida rápida, buffet, de alta cocina o gourmet, todos precisan la misma receta: procurar una atmósfera adecuada y confortable que nos permita vivir una experiencia única e inolvidable.
Es evidente que el interiorismo en restaurantes no lo es todo para garantizar el éxito de un negocio, pero sí es un componente notable que contribuye al caso.
Como en cualquier cita romántica, la primera impresión es la que cuenta y es al entrar a un restaurante que deberíamos advertir su irresistible apariencia. En definitiva, el espacio tiene que abrirnos las puertas a la emoción. Las personas creamos vínculos emocionales con nuestros interiores; en ellos convivimos y compartimos vivencias con los demás. Inconscientemente los hacemos partícipes de nuestras historias personales. El propietario de un restaurante debe ser muy considerado en este sentido ya que, con toda probabilidad, parte de su negocio perdurará en la memoria de sus clientes por un tiempo indefinido.
Pero conseguir tal objetivo no es tarea fácil. El interiorismo en restaurantes debe convertirse en un vehículo de expresión y hablar su propio lenguaje. Y manifestar así un estilo, un pensamiento. Una historia. Ya sea de manera sutil o evidente. A mí es que me van más las sutilezas…como en las películas de Lynch.
El diseño del restaurante también debe atender a los cinco sentidos, esto es, procurar unos estímulos sugerentes a través de los recursos apropiados. Por poner algún ejemplo, siempre resulta más apetecible cenar bajo una luz cálida y vaporosa que a la fría luz de un fluorescente, o tener un fondo de música agradable que andar a gritos porque no escuchas a tu acompañante. Luego el empleo de materiales, la tonalidad de los colores o las ‘Divinas Proporciones’, entre otros, jugarán también un papel determinante.
Y es que la belleza importa y mucho. E impacta directamente sobre nuestro campo emocional y de energía. Porque la belleza no solo aporta el componente estético; a mi entender y según las teorías clásicas, emite también unas vibraciones que influyen sobre nuestra percepción sutil o extrasensorial que nos conecta con lo divino, con las altas frecuencias del amor. Si ya lo decía Saint-Exupéry: ‘Lo esencial es invisible a los ojos’; pero este ya es un tema totalmente al margen.
Y a pesar de todo lo anterior, no hay que olvidar que un restaurante también tiene que funcionar y garantizar el bienestar de las personas, pues no todo depende de la estética. El interiorismo debe asegurar el equilibrio y la armonía entre todos sus componentes y ser bello y pragmático a partes iguales. Sin olvidar la inmejorable calidad de la comida y del servicio, por supuesto.
En un mundo en el que vivimos a gran velocidad, tomarse el tiempo suficiente para comer se ha convertido casi en un lujo. Yo procuro parar de vez en cuando y permitirme una experiencia que satisfaga el paladar y que me haga sentir nuevamente ‘enamorada’.
Isa Rodríguez – Interiorista
Directora Creativa en INDAStudio